domingo, 4 de febrero de 2018

Antonio Gamoneda
Hay poetas que conectan directamente con una parte muy profunda y casi siempre oculta a los demás de nuestro ser. Eso es lo que me ocurre a mí con la poesía de Antonio Gamoneda. El poeta,  nacido en Oviedo en 1931, reside desde siempre en León. Autodidacta de formación ha llegado a recibir entre otros muchos galardones el Premio Cervantes en 2006. Aunque por edad es coetáneo de los poetas de la generación de los cincuenta, su trayectoria poética es bastante diferente a la de ellos. Es la suya una poesía en la que la experiencia vital cobra primordial importancia. El pesimismo atraviesa una obra en la que tienen cabida la infancia, la nostalgia, los desheredados, la belleza de la palabra exacta siempre.
El poema de esta semana nos hace añorar las manos que nos cuidaron siempre en aquellos días en que la vida estaba llena de esperanzas.

Caigo sobre unas manos

 

Cuando no sabía

aún que yo vivía en unas manos,

ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.

 

Yo sentía que la noche era dulce

como una leche silenciosa. Y grande.

Mucho más grande que mi vida.

                                                         Madre:

era tus manos y la noche juntas.

Por eso aquella oscuridad me amaba.

 

No lo recuerdo pero está conmigo.

Donde yo existo más, en lo olvidado,

están las manos y la noche.

                                                 A veces,

cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra

y ya no puedo más y está vacío

el mundo, alguna vez, sube el olvido

aún al corazón.

                           Y me arrodillo

a respirar sobre tus manos.

                                                  Bajo

y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;

y tus manos son grandes; y la noche

viene otra vez, viene otra vez.

                                                      Descanso

de ser hombre, descanso de ser hombre.

 

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