domingo, 18 de febrero de 2018

Antonio Maldonado Muñoz
Uno de nuestros seguidores más fieles nos acompañará esta semana. Ya el curso pasado nos deleitamos con una de sus composiciones. Este mes de febrero ha aparecido en su blog (http://elpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/) este bello y emocionante poema dedicado a su padre, el también poeta Antonio Maldonado García. Antonio Muñoz ejerce ahora de profesor de historia en un instituto de Madrid, aunque no abandona sus raíces manchegas. A Antonio le apasiona también la fotografía, pero nos vamos a permitir elegir para acompañar su poema una imagen de otra seguidora de nuestro blog, Rosa Cruz, quien también escogió  versos de Antonio para acompañar su crónica fotográfica de las nevadas de este febrero en Villamanrique, el pueblo manchego de la familia Maldonado.

El viaje del potro descalzo


Fuera la niebla limpia las horas,

se acicalan para recibir otro invierno.

Yo hago de las sábanas raíles,

huye mi nariz del amargo olor a vida

y me descubro como un potro descalzo.

 

 

Corro entre caballos y yeguas de ojos celestes,

siento al rocío tomar vida entre mis patas.

¡Salpica!

Cada paso implica un nuevo sonido

en el fruto del amor entre tierra y luz.

 

 

Escucho  palabras bellas que se han de inventar,

vienen aires de esperanza a peinar nuestras crines

y yo corro, corro, vuelo como el pájaro en llamas.

 

 

De mi trote nacen raíces, llamadlas recuerdos,

en el suelo más tierno que jamás he pisado.

Las cuestas hacen presencia para frenar nubarrones,

alimentan al arroyo sus lágrimas

y sonríen al ver beber a la manada.

 

 

Alzo la mirada por encima del tiempo,

veo senderos por doquier.

Cada paisaje quiere calzarme,

hacerme familia suya, de corazón.

Diluidas en cada momento

mis patas son estrellas fugaces,

tantos ciclos en cuatro estaciones

hacen olvidar la materia de mi figura.

 

 

Este potro perdido abre los ojos.

No soy yo, eres tú, padre. Has cruzado el lodazal

y la palabra “cáncer” es tan sólo un mal recuerdo
 

 

 

domingo, 11 de febrero de 2018

Nosis
Pocas son las mujeres de la Antigüedad que han dejado huella en la tradición literaria. Nosis de Locris vivió en el siglo III a. C. y su nombre aparece asociado a una breve obra conservada: solo doce epigramas. De su lectura podemos destacar un protagonismo absoluto de la mujer y su entorno, por ello recibió el calificativo de thelyglossos, "de femenina lengua". El poema que nos acompañará esta semana responde a una tradición de la lírica arcaica griega en la que el poeta destaca lo que a su juicio es lo más hermoso o lo más noble. La hermosa traducción es de la poeta Aurora Luque.

                               Lo más dulce

-      Nada es más dulce que el amor. Las demás alegrías

      son secundarias; hasta la miel rechazo de mi boca.

Así habla Nosis: aquél a quien Cipris no ha amado

      no conoce qué rosas son sus flores.

domingo, 4 de febrero de 2018

Antonio Gamoneda
Hay poetas que conectan directamente con una parte muy profunda y casi siempre oculta a los demás de nuestro ser. Eso es lo que me ocurre a mí con la poesía de Antonio Gamoneda. El poeta,  nacido en Oviedo en 1931, reside desde siempre en León. Autodidacta de formación ha llegado a recibir entre otros muchos galardones el Premio Cervantes en 2006. Aunque por edad es coetáneo de los poetas de la generación de los cincuenta, su trayectoria poética es bastante diferente a la de ellos. Es la suya una poesía en la que la experiencia vital cobra primordial importancia. El pesimismo atraviesa una obra en la que tienen cabida la infancia, la nostalgia, los desheredados, la belleza de la palabra exacta siempre.
El poema de esta semana nos hace añorar las manos que nos cuidaron siempre en aquellos días en que la vida estaba llena de esperanzas.

Caigo sobre unas manos

 

Cuando no sabía

aún que yo vivía en unas manos,

ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.

 

Yo sentía que la noche era dulce

como una leche silenciosa. Y grande.

Mucho más grande que mi vida.

                                                         Madre:

era tus manos y la noche juntas.

Por eso aquella oscuridad me amaba.

 

No lo recuerdo pero está conmigo.

Donde yo existo más, en lo olvidado,

están las manos y la noche.

                                                 A veces,

cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra

y ya no puedo más y está vacío

el mundo, alguna vez, sube el olvido

aún al corazón.

                           Y me arrodillo

a respirar sobre tus manos.

                                                  Bajo

y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;

y tus manos son grandes; y la noche

viene otra vez, viene otra vez.

                                                      Descanso

de ser hombre, descanso de ser hombre.