domingo, 17 de diciembre de 2017

Navidad
Por fin están a la vuelta de la esquina las tan anheladas vacaciones de Navidad. Así que las vamos a celebrar con un hermoso poema navideño de Gabriela Mistral. Lucila Godoy Alcayaga, que era su verdadero nombre, fue una de las poetas más prestigiosas de las letras hispanoamericanas. Fue la primera autora del continente en recibir el Premio Nobel de Literatura en 1945. Maestra de formación impulsó un método pedagógico basado en la protección y el desarrollo de los niños. Viajó por el continente promoviendo la creación de bibliotecas populares. Tras recibir el Premio Nobel su reconocimiento creció notablemente. Murió en Nueva York en 1957. Nuestro poema de la semana tiene el candor y la dulzura de los niños a los que ella dedicó tanto tiempo.

                               Romance del establo de Belén

Al llegar la medianoche
y romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo...

y se fueron acercando
y alargaron hasta el Niño
sus cien cuellos, anhelantes
como un bosque sacudido.

Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido,
y sus ojos fueron tiernos,
como llenos de rocío...

Una oveja lo frotaba
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían,
en cuclillas, dos cabritos...

Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes y de ocas
y de gallos y de mirlos.

Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el niño
su ancha cola de colores;
y las ocas de anchos picos

arreglábanle las pajas;
y el enjambre de los mirlos
era un vuelo palpitante
sobre del recién nacido...

Y la Virgen entre el bosque
de los cuernos, sin sentido,
agitada iba y venía
sin poder tomar al Niño.

Y José sonriendo iba
acercándose en su auxilio...
¡Y era como un bosque todo
el establo conmovido!
                     

domingo, 10 de diciembre de 2017

Vicente Aleixandre
Esta semana nos sumamos a la conmemoración de los 40 años del premio Nobel de literatura que recibió el poeta de la generación del 27. Este premio supuso el fin del aislamiento cultural de España tras la guerra civil. Al mismo tiempo se premiaba a uno de los poetas que mejor ha escrito sobre el amor y la solidaridad en la lírica española. En aquellos días un periodista preguntó al poeta cuál era el poema que destacaría de su producción. Su respuesta corresponde con nuestro poema de la semana: "En la plaza". Sin embargo, no creemos que el poeta opinara lo mismo de la plaza global en la que se ha convertido nuestro mundo de selfies e individualidades narcisistas.

                                               EN LA PLAZA

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
 

 

 

 

 

domingo, 3 de diciembre de 2017

Eugenio Montale
La lectura de un libro delicioso de Helena Attlee, El país donde florece el limonero. La historia de Italia y sus cítricos, me ha llevado hasta el poema que nos acompañará esta semana. El poeta italiano Eugenio Montale (1896-1981) es uno de los autores más destacados de la lírica italiana del siglo pasado. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1975. Destacó también por su actividad como traductor,  periodista y crítico musical. Esa afición por la música se refleja en su poesía de versos austeros, donde aspira a encontrar la singularidad de la existencia en momentos puntuales y en objetos cotidianos, como estos limones cuya luz y color nos devuelven a la esencia de la vida.

                        LOS LIMONES

Óyeme, los poetas laureados

se mueven solamente entre las plantas

de nombres poco usados: boj, ligustros o acantos.

Yo, para mí, amo las calles que conducen

a las herbosas zanjas donde en charcos

casi secos acechan los muchachos

alguna enjuta anguila:

los senderos que siguen los ribazos

bajan entre el penacho de las cañas

y llevan a los huertos, entre los limoneros.

Mejor si la algazara de los pájaros

se apaga devorada por el cielo:

más nítido se escucha el susurrar

de las ramas amigas al aire casi inmóvil,

y las sensaciones de este olor

que no sabe separarse del suelo

y llueve en el pecho una dulzura inquieta.

Aquí, de las pasiones apartadas

por milagro calla la guerra,

aquí también a los pobres nos toca nuestra parte

de riqueza

y es el olor de los limones.

Mira, en estos silencios en que las cosas

se abandonan y parecen muy próximas

a traicionar su último secreto,

a veces esperamos

descubrir un error de la Naturaleza,

el punto muerto del mundo, el eslabón perdido,

el hilo que al desenredarlo finalmente nos ponga

en el centro de una verdad.

La mirada sondea a su alrededor,

la mente indaga, concuerda, desune

en el perfume que se propaga

cuando más languidece el día.

Son los silencios en los que se ve

en cada sombra humana que se aleja

alguna perturbada Divinidad.

Mas desfallece la ilusión y el tiempo nos devuelve

a las ciudades rumorosas donde el azul se muestra

solamente a retazos, en lo alto, entre molduras.

Después, la lluvia cansa el suelo; se espesa

el tedio del invierno sobre las casas,

la luz se torna avara, amarga el alma.

Hasta que un día, a través de un portón mal cerrado,

entre los árboles de un patio

se nos aparece el amarillo de los limones,

y se deshiela el corazón

y retumban en nuestro pecho

sus canciones

las trompas de oro del esplendor solar.



 
                     I LIMONI
Ascoltami, i poeti laureati
si muovono soltanto fra le piante
dai nomi poco usati: bossi ligustri o acanti.
lo, per me, amo le strade che riescono agli erbosi
fossi dove in pozzanghere
mezzo seccate agguantanoi ragazzi
qualche sparuta anguilla:
le viuzze che seguono i ciglioni,
discendono tra i ciuffi delle canne
e mettono negli orti, tra gli alberi dei limoni.

Meglio se le gazzarre degli uccelli
si spengono inghiottite dall'azzurro:
più chiaro si ascolta il susurro
dei rami amici nell'aria che quasi non si muove,
e i sensi di quest'odore
che non sa staccarsi da terra
e piove in petto una dolcezza inquieta.
Qui delle divertite passioni
per miracolo tace la guerra,
qui tocca anche a noi poveri la nostra parte di ricchezza
ed è l'odore dei limoni.

Vedi, in questi silenzi in cui le cose
s'abbandonano e sembrano vicine
a tradire il loro ultimo segreto,
talora ci si aspetta
di scoprire uno sbaglio di Natura,
il punto morto del mondo, l'anello che non tiene,
il filo da disbrogliare che finalmente ci metta
nel mezzo di una verità.
Lo sguardo fruga d'intorno,
la mente indaga accorda disunisce
nel profumo che dilaga
quando il giorno piú languisce.
Sono i silenzi in cui si vede
in ogni ombra umana che si allontana
qualche disturbata Divinità.

Ma l'illusione manca e ci riporta il tempo
nelle città rurnorose dove l'azzurro si mostra
soltanto a pezzi, in alto, tra le cimase.
La pioggia stanca la terra, di poi; s'affolta
il tedio dell'inverno sulle case,
la luce si fa avara - amara l'anima.
Quando un giorno da un malchiuso portone
tra gli alberi di una corte
ci si mostrano i gialli dei limoni;
e il gelo dei cuore si sfa,
e in petto ci scrosciano
le loro canzoni
le trombe d'oro della solarità.